RICHARD
NAVARRO (Puno
1993).- Escritor. Actualmente cursa estudios en la carrera de Letras. Ha
publicado poemas bajo el título de Miscelánea
del Tiempo (2009). Parte de su obra narrativa está publicada en la revista
Letrasértica. Forma parte de la antología “Histerias
colectivas” (Khorekhenkhe, 2013).
NOVIEMBRE 22
Noviembre
22, 00:00 a.m., las hojas del otoño se tiñen color esperanza. Habitación 2-A,
cama N° 5, cuarto piso, pabellón de psiquiatría. Escucho los quejidos del
pasadizo sólo cuando el silencio me invade y rapto soledades para alimentar mi
niebla. Por eso en cada escalera escribo las grafías de mi nombre, ellos no lo
ven, excepto mi enfermera.
06:00
a.m., todos se asean, menos yo; la razón es simple: lo hice mientras ustedes
dormían. —¿Dormir?,
nunca lo hice. —¿Y
en tu niñez, tu adolescencia? —Jamás, soy
singular. Habito en mentes, estuve siempre en cama con los ojos fijados en cada
movimiento psicofísico. La realidad es compleja y por naturaleza lo son
ustedes, casi como este desayuno que me saluda.
08:00
a.m., el tiempo y el espacio me concibieron en matrimonio y aquel maldito
reloj, producto humano, no hace más que mentir a sus progenitores. Así, los
médicos no hacen más que cumplir su labor para disimular la desgracia pública
de la salud; recetan medicinas que ni en su propia institución venden. Llevo
más de cinco años escuchando la misma lista, el mismo apellido y hasta la misma
postura. —Déjense de vandalismos, dejen que nuevos médicos entiendan mi
situación—. Pasado mañana volverán, mientras el hambre come
otro apetito; y así descaradamente esta apetencia engulle la mía.
Recuerdo
el porqué de mi situación, todo era maravilloso, había logrado la cristalidad. Me movía entre banderas y
pañuelos blancos; había ganado la guerra; me ascendieron de grado y llegué a
ser el jefe. Pasó el tiempo y vi que sentado, mirar y mandar y sólo firmar
papeles no era más que una obesidad que poblaba mi nuevo estado. Así que me
retiré y me fui al campo, la naturaleza, nuevo ambiente, conocí el amor, tuve
familia. Trabajé duro y volvió la guerra, la misma situación. Cada vez era la
misma, vivía en círculo, ésta se hacía eterna y eterna. No envejecía. Estoy ya
hace siglos y seguro que aquí en unas horas escucharé bombardeos extranjeros,
porque como hoy siempre gané la guerra. Así que será en vano que haya tal
conflicto y es que de un crujir ahuyentaré a todos ellos y los convertiré en
polvo, porque de polvo se hicieron.
A
esta hora solía —cuando
era adolescente—
tramar un suicidio; por eso tengo el recuerdo vivo y no hago más que volver en
mis lágrimas; cuánto daño hice, cuánto dolor causé, cuántas ambulancias me
transfirieron del nosocomio y es que nunca morí; soy eterno, cualquier acto no
acabará conmigo. Sólo alguien puede cegar mi pupila, a ella la veo cantar en
cada noche cuando todos duermen, con los ojos, uno al otro compartimos nuestro
lecho. Y es que ella siempre salvó mi vida, en cada operación, en cada embalsamiento
estuvo presente.
10:30
a.m., nadie viene a mi lado, es la hora de visita; vestidos unos de pollera
otros de pantalón, charlan unas horas. Absorto y claro, escucho su pensamiento,
de algunos son puros, de otros impuros. Inmóvil, atracado en el catre, espero
la noche.
13:00
p.m., todos almuerzan, para mí nadie trae nada, ¿será porque tienen miedo?, yo
los saludo a todos cada día, ellos pasan desapercibidos sobre mi cabecera. —Son
humanos.
17:00
p.m., la cena vuelve para atizar el hambre. No como hace más de cientos de
años, basta la respiración y aquel saludo nocturno de mi enfermera que ansioso
espero.
22:00
p.m., vuelven los médicos internos, junto a ellos, al fin llega mi compañera;
ella es la única que con un guiño en su mirada sosiega mi cuerpo, viste de ángel; su canto es purificador, el
pasadizo se llena de orquesta y mi nombre empieza a lucir mostrando las
antorchas sembradas por los años.
Esto
no me agrada; por primera vez aquella balada es fúnebre, —¿De
quién será la despedida?—.Echa
alaridos, se posa en medio de mi habitación, realiza el culto y con ademán se
lanza sobre mi cuerpo; ambos cenamos nuestros cuerpos. El pasadizo retoma el
bullicio de los internos, las farolas arden hasta que nosotros tendidos sobre
la sábana nos hacemos polvo y este mi crujir sólo pronuncia la palabra: vi...da.
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