ENRIQUE
CUAUTLI (Tacna,
1991).- Escritor. Estudiante de Sociales. Parte de sus cuentos se han publicado
en la revista Letrasértica. Forma
parte de la antología de la nueva narrativa tacneña Histerias Colectivas (Khorekhenkhe, 2013). En la actualidad trabaja
en un libro de cuentos.
VENGO CON ÉL
“Causita, tendría tu edad”, me
reiteraste con voz ya quebrantada, excusando esa mirada de pendejo, tan viva y
profunda para luego clavarla fijamente en el último vaso de ron que tenías ya
bien servido en la mano mientras con la otra estrujabas el recipiente vacío
como para hacer estallar en mil pedazos ese recuerdo que aún se encontraba ahí,
en ese vaso que no se podía beber como cualquier trago. Sólo atinaste a secarlo
de un solo sorbo para voltearlo vehemente sobre la mesa de cedro puro y áspero.
Vaso y botella quedaron vacíos, mas no los recuerdos de antaño que emergieron
ese día producto de la tranca. Lo que el trago hizo aquél día, ahora es un
milagro.
Aquél
verano pasado coincidimos en un trabajito temporal en las playas de la Viña del
Var, al noroeste de Santiago de Chile. Contrariamente a lo que suele suceder
entre un cocinero y su ayudante, nos hicimos hermanos, causitas, chocheras...
Bronca con los rotos, boliches o con los gauchos, entre peruchos nunca jamás,
eso era ley, al menos donde trabajábamos nosotros; ni la cajerita chilena, ni
esa pendeja nos pudo distanciar cuando los dos plantamos los ojos sobre ella;
la mina no se quedó con ninguno de los dos: al fin y al cabo, terminó
quedándose con ese boliche de mierda que hasta ahora no capto qué le habrá
visto.
Los
días en las playas de Viña del Mar pasaron entre sol, las olas, la arena, los
conciertos nocturnos infaltables, el desfile de las gaviotas, los mariscos y
los ceviches bien chilenizados a lo peruano. En sí, no hubo pena ni gloria,
sólo el último día antes de que el contrato expire y la PDI nos cache por
ilegales, nos fuimos a un barcito para despedirnos a lo peruano, cómo olvidarlo
sí fue una despedida bien a lo nuestro: entre tragos, lágrimas y recuerdos. El
futuro era incierto, eso de ser causitas ya sólo quedaría en los recuerdos de
los buenos momentos que pasamos en esas playas del país sureño. Tú te quedarías
en un restaurante peruano allá en Antofagasta (es lo bueno de ser un cocinero
peruano, profesional y reconocido en todo Chile), y yo me regresaría a Moquegua
para descansar por unos días en la casa de mis padres para luego embarcarme a
Lima y así completar mis estudios de bartender en GOURMET BAR.
Prometí
regresar en el verano siguiente apenas terminada la carrera, pero el trabajar
juntos, otra vez, ya quedó como un hecho consumado. Y sí que pasamos buenos
momentos allá, pero más recuerdo ese último día en el bar, cuando entre copas
hablamos un poco de todo, mientras la noche como nunca avanzaba sigilosamente
con el murmullo de las olas estrellándose pacíficamente entre arenas y rocas,
con las estrellas espiándonos desde la inmensidad y el sonido de los ensayos de
una orquesta de salsa que se oía apenas, mientras en el bar, en ese antrito, el
grupo “Los Maravillosos” de Tacna sonaba en dos parlantitos a full volumen.
Después
de todo, la estadía en las playas del sur no podía ser mejor ni peor; peor,
porque allá no nos encontrábamos de vacaciones ni nada por el estilo, sino por
motivos exclusivamente de trabajo y teníamos que sacarnos la mugre por tres
meses completos como decía el contrato; mejor, porque son pocos los afortunados
en trabajar en zonas tan exclusivas como Viña del Mar, ganar buenos billetes y
por lo menos sentir tan cerca a las estrellas mundiales de la música en la
semana de nominaciones a los premios. Experiencias inolvidables con las minas,
broncas infaltables con los cabritos culeaos, boliches o gauchos de nuestra misma
calaña, anécdotas por doquier con los veraneantes que degustaban en la
cevichería “La Caleta”, ¡qué vida después de todo!
Sin
embargo, nos jodía —nos
jode—
trabajar afuera, aunque se gane bien, aunque aprendes nuevos modales, nuevos
dejos, costumbres diferentes… aunque afuera te sientes más peruano que nunca,
no es lo mismo. Jode el no poder servir a tu patria, el estar en un país
extraño sacándote la mierda por falta de oportunidades en el nuestro. Jode el
no estar con la familia, con los amigos y demás parientes.
En el
bar, a medida que avanzamos con las copas, carcajadas, reflexiones, gritos
eufóricos, gritos lacrimosos, lamentos, llantos recuerdos... Los recuerdos de
los amigos de infancia, la familia, allá en Tacna los tuyos y en Moquegua los
míos, los recuerdos de la niñez, ¡sí eso!, los recuerdos de la niñez siempre
son dramáticos, de unos más que de otros, los tuyos más que los míos. Te
quebraste al recordar tu infancia, luego huyó de tu rostro esa mirada presumida
tan característica, con el recuerdo específico en la mente agarraste la
botella, la vaciaste y el ron te lo tomaste de un solo sorbo, intentaste romper
la botella, lloraste:
“Espero que sea como yo, un pendejazo
con las minas, en el estudio, en la pega y con la vida misma también. Mi mamá
desde aquél día se enfermó, pero siempre lo recuerda y a veces cuando yo llego
a casa de vacaciones, después de estar tiempo afuera, ella me ve, me abraza y
llora, llora porque cree que soy él quien por fin ha vuelto a casa, llora
porque me parezco tanto a él me dice, dice que éramos tan iguales, él un
poquito más blanquiñoso nada más, pero en el resto éramos como dos gotas de
agua de un mismo caño. Mierda, nunca lo voy a olvidar causita, cojuda también
mi vieja por parte, ¿cómo los va a dejar encargado a un chibolo de siete años?,
cierto, siete años tenía yo cuando pasó la cosa. Más o menos lo recuerdo, había
un compartir o algo así en el complejo deportivo del barrio donde vivíamos
antes, en la calle Freyre detrás de la Plaza de la Bandera en Para Chico. Te
cuento pues: mamá me dejó encargado a mis dos hermanitos, Carla y él, Richard
se llamaba, ¡joder, así se llama! Siempre hablo de él como si estuviera muerto,
mierda... Mamá fue a jugar vóley, después de sentarnos bien juntitos en el
parque, ahí cerquita nomas, cómo o para qué miércoles me habré movido de ahí
pues, no recuerdo muy bien, sólo que al final de la partida de vóley, ya casi
al atardecer, mamá lloraba desconsoladamente. Se habían perdido los dos,
causita… y fue mi culpa, todo; alguien se los había llevado, yo los había
fregado. A Carla la encontramos después de dos meses en una guardería que
quedaba por el centro y al otro nada, hasta ahorita, por eso te digo que
tendría tu edad causita, tiene tu edad. Mamá dice que está vivo, no sé cómo lo
sabe pero está vivo dice, lo presiente, el instinto de madre supongo, yo no sé,
en algún lugar del mundo, cómo y con quién estará, estará trabajando o estudiando
o vagando, pasando la vida como rico o sacándose la mierda para sobrevivir, yo
no sé causita, no sé, pero eso sí, te lo puedo asegurar que en algún lugar del
planeta debe estar jodiendo a todo el mundo, debe ser tan o más fregado que yo,
¿bien jodido soy, cierto? Ahh jajaja, ¡así debe ser él!, estoy seguro, eso de
ser pendejazo lo llevamos en la sangre los Barrazueta”.
Sí
pues causita, yo no sé cómo miércoles pero tiene el mismo peinado de Neymar que
tú llevas, dos pendientes de marica como los tuyos, tus ojos despabilados, tu
contextura, y hasta parece más jodido que tú, ahora que justo —por esas casualidades de la vida que
nunca entenderé— se
sienta a mi lado y está empezando a joder a la flaquita del asiento posterior.
El bus está ya casi listo para partir hacia la ciudad heroica. ¿Dónde estarás?
Vengo con él.
Muybonito, por que yo lo hize especial y desde el corazon, sentimientos.
ResponderEliminarSaludos a la asesora que me estuvo apoyando y a la vez escuchando
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